
Nadal ha ganado la 60 edición del torneo Barcelona Open Banc Sabadell-Trofeo Conde de Godó. Y con esta ya son siete las veces que lo ha logrado, tres de ellas frente a su magnífico competidor de hoy, un David Ferrer irreprochable durante todo el torneo, intenso y bravo durante el día de hoy pero al que le ha faltado lo que a Nadal le sobra infinitamente: instinto asesino. Era la cuarta vez que intentaba Ferrer el asalto a una copa prohibida y que, como tantas otras, sólo se concede previo permiso de Nadal.
Cuatro pelotas de set tuvo que salvar el campeón en un primera manga en el que sudó tinta china para nivelar el desafió constante de Ferrer. Nadal vivió en el alambre de la duda durante los 45 primeros minutos, alternando golpes de lujo con fallos no forzados. Mucho tuvo que ver con los sufrimientos de Nadal el que Ferrer le apretara desde todos los lados, le persiguiera a derechazos por toda la pista y no le dejara pensar jamás con el revés. Estuvo muy cerca de alcanzar el premio pero se ahogó en la orilla. Dispuso de cuatro pelotas de set en el duodécimo juego pero ahí surgió el Nadal imperial, el Nadal que convierte en una cuesta arriba, en un camino de espinas cualquier avance del rival. Las salvó todas con golpes ganadores y se dispuso a competir el tie-break sabiendo que allí se decidía mucho más que el primer set.
Ante una pista llena a rebosar de un público participativo y repartido en sus preferencias, Ferrer acusó el golpe de la pérdida de la manga de inicio y dejó marchar a Nadal hasta el 3-1 en la segunda. No había dicho su última palabra. Rehizo su juego y lanzó una ofensiva que le volvió a procurar nuevas pelotas de set. Otra vez se encontró con la negativa de Nadal otra vez se topó con su fe indestructible en la victoria. Rafa vive imantado a ella, atado al triunfo mientras construye una leyenda irrepetible.