‘Happycracia’ o ‘FOMO’ son algunos de los términos planteados por Liliana Arroyo, doctora en Sociología, en esta cita de #SabadellForum sobre Educación Digital.
El funcionamiento de las redes sociales y el uso que hacemos de ellas genera ciertos interrogantes y preocupa, especialmente, a las familias que perciben el mundo digital como un entorno complejo.
Para despejar todas estas dudas, preguntamos a Liliana Arroyo por estas cuestiones y por la experiencia digital de jóvenes y adultos, recogida en el libro ‘Tú no eres tu selfie’.
En esta nueva realidad en la que seguimos relacionándonos a través de las pantallas, ¿consideras que los selfies, avatares y fotografías que colgamos en redes sociales son parte importante de nosotros y de nuestra esencia?
Nosotros somos todo lo que emitimos, tanto en presencial como en digital, y precisamente una de las lecciones de la pandemia ha sido que lo digital también es lo real en sus consecuencias. Ya sabemos que lo que mostramos en nuestros selfies y en nuestros perfiles en redes sociales es una representación de lo que queremos ser, pero lo hacemos con una intención. Juzgamos los selfies por su veracidad y por su correspondencia con la realidad, cuando lo que realmente está pasando es que estamos en una especie de laboratorio de identidad. Y es que en estas plataformas sociales hemos descubierto un reducto de libertad para mostrarnos como queremos ser.
En las entrevistas a chicos y chicas de entre 18 y 30 años recogidas en el libro ‘Tú no eres tu selfie’ descubrimos que los jóvenes no tienen solo una cuenta en Instagram, sino que suelen tener una cuenta ‘normativa’ donde cuelgan el selfie perfecto o el denominado ‘postureo’ y donde tienen miles de amigos o seguidores y quieren conseguir más ‘likes’. Pero además de esa cuenta, los jóvenes tienen otro perfil más pequeño, mucho más curado y cerrado a los amigos más cercanos o círculo de confianza donde cuelgan las tomas falsas de esa fotografía perfecta o donde se muestran con más vulnerabilidad.
“Andy Warhol sería un gran instagramer porque solía decir que se hacía autofotos para saber donde estaba”
Hay muchas maneras distintas de aproximarse a la realidad y el hecho de que desde los teléfonos móviles se pueda generar material audiovisual ha despertado la vocación de muchos creadores de contenido, desde diseñadores, directores de cine hasta fotógrafos. La capacidad de jugar y de descubrir es impresionante y la clave está en que estas plataformas son un medio de expresión perfecto.
Por otro lado, los selfies tienen diversas finalidades, algunos son para sentirse bien, pero otros los hacemos cuando nos sentimos mal o aburridos y para cambiar nuestro estado del humor. Cuando colgamos un contenido, en el momento que lo hemos publicado, nos olvidamos del aburrimiento porque empezamos a esperar esas reacciones que sabemos que van a llegar en poco tiempo.
Por lo tanto, decir que somos un selfie es reducir esta realidad que es digital y analógica a la vez y que tiene que ver con la necesidad de ser, de tener una identidad, y de pertenecer, es decir, que los demás nos vean, nos acojan y que podamos participar en comunidades en las que nos sentimos representados y acogidos.
¿Cuál podría ser una rutina sencilla y correcta que nos ayude a tener una identidad digital equilibrada?
A nivel de hábitos e higiene digital, no hace falta que los dispositivos estén despiertos las mismas horas que nosotros. Muchas veces, lo primero que hacemos al levantarnos es encender el móvil y lo último antes de cerrar los ojos es apagarlo. Una de las claves consiste en dejarlo fuera de la habitación para descansar mejor. También podemos decidir encender el móvil más tarde.
Yo recomiendo el ‘Ayuno Digital’ que consiste en reducir las horas en las que el teléfono móvil está activo o no tenerlo encendido durante gran parte del día, por ejemplo, durante el fin de semana seleccionando el modo avión o no molestar en determinados momentos.
También se pueden desactivar los datos del móvil, de tal modo que cuando no dispongamos de red wifi, tendremos un dispositivo que solo nos va a permitir llamar y que podemos usar en caso de tener una urgencia.
Estamos acostumbrados a tener un vínculo emocional con el teléfono porque es una fuente de emociones, por lo tanto, es mejor que no lo tengamos a la vista y que nos podamos olvidar de él en algunos momentos del día. Aunque no existen fórmulas mágicas, con estas pautas conseguimos recuperar cierta soberanía sobre la atención.
Para cuidar nuestra huella digital podemos hacer mucha limpieza. Se pueden colgar cosas, pero también se puede descolgar aunque siempre quedarán en los servidores de la empresa que es propietaria de esa plataforma. Por otro lado, podemos generar nuevos rituales. Antes de publicar un contenido debes hacerte tres preguntas:
- El contenido que voy a colgar ahora y que creo que es tan importante, ¿qué pasaría si lo colgase mañana? Quizás es mejor esperarse y colgarlo en otro momento.
- Este contenido que voy a colgar, ¿quiero que sea el tema de conversación de la próxima comida familiar? Hay que pensar en cómo me voy a sentir si este contenido genera una conversación en alguno de mis círculos como la familia, amigos o compañeros de trabajo
- ¿Estoy regalando un tesoro a alguien que quisiera hacer un mal uso de esta información que me dispongo a colgar? Hay que revisar qué tipo de información comparto y tener especial atención a datos sensibles como la dirección donde vivo o el número de la tarjeta de crédito.
Este ejercicio de reflexión se puede hacer con los hijos. Además, hay que tener cuidado con las fotos que los adultos comparten de los menores porque estos puede que no quieran salir en las redes. Empiezan a aparecer casos en los que cuando estos menores crecen y se abren sus propias cuentas, se dan cuenta de que han vivido una especie de Show de Truman porque toda su vida está relatada en estas plataformas y ellos no han podido elegir nada. Esto genera discusiones con los padres para que descuelguen esa información.
En Francia hay un proceso de nueva ley donde se protege a los niños de los padres que les quieren convertir en youtubers o que hacen ‘sharenting’, la relación entre el parenting y el share que tiene que ver con el uso excesivo de las redes sociales por parte de padres por compartir contenidos basados en sus hijos.
Hay que hacer actividades conjuntamente con nuestros hijos, como navegar por Internet o descubrir youtubers, porque pueden ayudar a establecer conversación y a tener un mayor cuidado de nuestra huella digital.
¿Cuál debería ser la edad mínima para tener un teléfono móvil? Obviamente no solo para llamadas, también para tener lo que implica tenerlo: Whatsapp, Instagram o TikTok, etc.
Hay un debate enorme entorno a este tema y los expertos recomiendan que la exposición a las pantallas debe estar prohibida entre cero y tres años. Hay que intentar reducir al máximo el tiempo que los más pequeños están frente a las pantallas porque en esa edad el cerebro necesita absorber muchos estímulos y las pantallas tienen efectos en su desarrollo psicomotriz y psicológico y en su proactividad. Es importante pensar en qué momento regalamos el primer dispositivo pero es tanto o más educativo el primer día que los exponemos a una pantalla.
Rutinariamente, los padres deben revisar junto a los hijos los contenidos que estos consumen, sin espiarlos para tejer confianza, hacer limpieza, revisar las personas con las que han hablado últimamente para verificar que lo hace con gente conocida.
A los doce años o cuando los jóvenes empiezan el instituto, los padres utilizan el móvil como si se tratase del cordón umbilical, para que los pequeños puedan llamar en caso de necesidad. Pero lo cierto es que el acceso a las redes sociales, idealmente, debería hacerse cuando los jóvenes tuviesen una identidad formada. Y esto puede situarse en la mayoría de edad aunque es muy difícil por la presión de grupo.
La edad de acceso a redes sociales depende de si se hace acompañado o solo, si hay supervisión y si hay educación digital. No obstante, dado que en el escenario actual los padres dan los dispositivos a los hijos a los once o doce años, lo importante no es el momento sino cómo se enseña a utilizarlo. Y la clave está en el acompañamiento y la educación. Por lo tanto, los jóvenes no deberían tener perfiles propios en redes sociales hasta por lo menos los catorce o quince años, y en según qué redes a los dieciséis, y hacerlo siempre acompañados, con supervisión y con su consentimiento.
Los adolescentes suelen tener dos cuentas diferentes, la "oficial" y la "privada" donde dan rienda suelta a la creatividad, por lo tanto son conscientes de lo que hacen pero no tienen pudor cuando lo hacen. ¿Crees que es así?
Los jóvenes son claramente conscientes de lo que hacen y cuando tienen dos cuentas crean espacios protegidos de la mirada adulta conocida como los padres, los profesores, etc. Cuando comparten en su cuenta privada, la que sienten como protegida, queda manifiesto que los límites de su intimidad son distintos. Aparece ahí con fuerza la noción de extimidad, donde aprenden a ser públicamente íntimos. Y ahí el postureo juega un papel importante.
¿Cómo has dicho que se llama el contrato del uso del móvil o en qué web lo podemos encontrar?
En este enlace hay un ejemplo y se recomienda que lo fimen todos los miembros de la familia. También se puede crear uno personalizado a través de esta página web, vinculada a la asociación pediátrica de Estados Unidos. Otros ejemplos en inglés se pueden encontrar aquí.
Con el teletrabajo y las redes sociales mezclamos vida personal y profesional en un entorno a veces personal como nuestro hogar. Además, damos la sensación de estar siempre disponibles. ¿Qué efecto crees que tiene todo esto en nosotros?
Nos genera un estado de alerta permanente, en el sentido de sentir que debemos estar siempre accesibles. Nos olvidamos que el derecho a la desconexión está reconocido y regulado. De hecho, acaba de salir publicado un estudio de la UAB y la UOC que se han fijado en el ‘tecnoestrés’, causado precisamente por esta elevada intensidad digital. Recomiendo esta entrevista a Manuel Armayones que destaca que ‘Entre un 35-40% de personas sienten mayor ansiedad que antes de la pandemia frente a las herramientas digitales’.
El hecho de mantenernos activos dando feedback en las redes sociales, aunque nuestro papel sea más bien pasivo a la hora de difundir información, ¿crees que esta actividad puede generar también estrés?
Puede generarlo siempre que sintamos presión para responder a nuestros contactos, no perdernos nada o tener siempre el comentario más original, sorprendente, gracioso, etc. Tiene mucho que ver con cómo de libres nos sentimos haciendo eso: ¿qué ocurre si no participamos durante tres días porque no nos apetece? ¿Nos importa? ¿Nos hace sentir mal o a caso nos libera?
¿Cuánto tiempo o porcentaje de nuestro día crees que puede ser un uso óptimo de las redes sociales? Y, ¿A partir de qué edad los recomiendas?
No hay medidas generales, es importante calibrar el tiempo digital y analógico. Que lo que haces en redes sociales no te prive de seguir con tus hobbies, te reste tiempo de dormir o tiempo de estar contigo y los que amas.
¿Qué recomendación haces a los padres y madres de adolescentes? ¿Cómo se les puede acompañar en esto de las redes sociales?
La tecnología no debe ser una fuente de conflicto. Debemos cambiar el "siempre estás enganchada al móvil” por “nos gustaría compartir más tiempo contigo”.
También hay que preguntar e interesarse por sus referentes sin juzgar: si los niños juegan al Fortnite, métete en una partida con ellos. Si les encanta hacer videos para TikTok, súmate a uno de sus vídeos. Si les encanta un influencer, pregúntales por qué antes de decir que sólo habla de chorradas.
Por último, plantéate la opción de hacer "acuerdos de familia", por ejemplo, que nadie cena con el móvil al lado porque cenamos en familia para contarnos cómo ha ido el día.
¿Qué papel crees que dejaremos que desempeñen las redes sociales en los próximos años?
Las personas usuarias a estas plataformas cada vez somos más conscientes de cómo comercializan nuestros datos y los mecanismos regulatorios se están poniendo en marcha para aplicar lógicas parecidas a la industria del juego o la industria del tabaco. Confío que conseguiremos poner a nuestro favor las oportunidades que ofrecen las redes sociales. En un plazo de 3-5 años conseguiremos "habitar" las redes igual que el espacio público cuando andamos por la calle: será seguro y tendremos normas de convivencia colectiva.
Puedes ver la conferencia entera aquí.
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